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Cuba atraviesa una delicada situación económica. El Producto Interno Bruto (PIB) se contrajo en 2019, y se hundió casi un 11 % en 2020. La recuperación ha sido insuficiente. Los niveles de producción de la mayoría de los rubros claves se mantienen muy por debajo de los valores anteriores a la pandemia. Luego de casi tres décadas con tasas oficiales de inflación de un solo dígito, el crecimiento de los precios se aceleró de forma notable desde el año 2020, y se disparó desde 2021.

La combinación de bajo o nulo crecimiento económico con un rápido aumento de los precios fue condensada en un concepto, estanflación. Este fue acuñado durante los años setenta para dar cuenta de un fenómeno que entonces dejó perplejos a economistas y a autoridades. 

El vocablo, resultado de la combinación de los términos estancamiento e inflación, surgió para describir la situación económica de países como Estados Unidos y varios de Europa Occidental en los que se observaba cómo la prosperidad de la posguerra daba paso a una realidad menos satisfactoria. El nuevo escenario contenía dos ingredientes, cuya manifestación simultánea no estaba contemplada por el paradigma económico dominante, el keynesianismo.

De acuerdo con los postulados del keynesianismo, las variaciones del producto (PIB, producción) a corto plazo estaban determinadas, en lo fundamental, por el nivel de la demanda agregada. A fines de la década de los cincuenta, el economista neozelandés William Phillips verificó una relación inversa entre la tasa de variación de los salarios y el nivel de desempleo. La regularidad, observada inicialmente en los datos del Reino Unido, se conoce como la curva de Phillips, y ha sido confirmada (y también cuestionada) para otros países. La forma específica de esa relación ha cambiado con el tiempo. Se habla de inflación, en sentido general, en sustitución de la tasa de aumento de los salarios nominales. También se usa algún indicador de actividad económica como sustituto de la tasa de desempleo; por ejemplo, la brecha del producto o incluso la tasa anual de variación del PIB. La brecha del producto se refiere a la diferencia entre la producción máxima de una economía cuando está empleando plenamente sus factores productivos, y lo que está produciendo efectivamente en un momento del tiempo. Otras especificaciones muy populares establecieron una relación entre los cambios en la inflación y el nivel de desempleo.

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Si esta relación empírica es cierta, entonces la estanflación aparece como un fenómeno anómalo. En principio, no debería existir un escenario con alta inflación y elevado desempleo; este último como equivalente a estancamiento e incluso recesión. La aparente relación que se observa en los datos sugiere una relación de causalidad. 

Una parte importante de la explicación se halla en que el contexto de la posguerra se modificó de forma notable durante los setenta. Durante esa década, la economía de muchos países occidentales sufrió varios choques negativos de oferta, como el estancamiento en el crecimiento de la productividad del trabajo y el aumento del precio del petróleo, que incrementaron la inflación permanentemente para cualquier nivel de actividad económica. 

La relevancia de la relación propuesta en la curva de Phillips radica sobre todo en su utilidad para la política económica. Las autoridades pueden tratar de estimular la demanda agregada para reducir el desempleo, pero saben que hay un «costo» en términos de aceptar un crecimiento más rápido de los precios. Ese trade-off continúa siendo uno de los más debatidos en la macroeconomía.

Visto esto, ¿es adecuado el uso del término estanflación para describir la realidad cubana actual? La respuesta corta es depende. Si se emplea para resumir un contexto de crisis económica y elevada inflación, por supuesto que es útil. 

Al asumir las limitaciones que tiene la metodología oficial para medir la inflación en los mercados de consumo en Cuba, el aumento de los precios se ha acelerado notablemente desde 2020. Entre 2010 y 2019, la tasa promedio de inflación fue de casi un 1 %, considerada muy baja. En 2020 fue de 18.5 %; en 2021, un 63.4 %; y 39.1 % en 2022. Por otra parte, otras medidas de la evolución de los precios en una economía, como el deflactor del consumo de los hogares, mostraron incrementos muy superiores en 2021, de alrededor de un 439 %. Lo que es una medida más cercana a lo que la gente observó en la práctica.  

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Source: Descifrado

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